martes, 6 de septiembre de 2011

Pauline en la playa, Éric Rohmer, 1983


Título original: Pauline à la plage
Director: Éric Rohmer
Guión: Éric Rohmer
Fotografía: Néstor Almendros
Música: Jean-Louis Valéro
Productora: Les Films du Losange. Productor: Barbet Schroeder
País: Francia
Año: 1983
Género: Comedia. Drama. Romance
Duración: 94 min.
Reparto: Amanda Langlet, Arielle Dombasle, Pascal Greggory, Féodor Atkine, Simon de la Brosse


Pauline es una joven adolescente de 15 años, que junto a su prima Marion pasan un verano en la costa francesa. Marion se encuentra con un antiguo amigo, Pierre, que mantiene una profunda atracción por ella. Sin embargo Marion prefiere al aventurero Henri, aunque sabe que su relación sería corta. Mientras, Pauline tiene un romance con un chico, Sylvain. (FILMAFFINITY)


Eric Rohmer representa una figura artística que contiene la esencia enigmática del pasado, de lo clásico. Es un artista que fue protagonista de un momento histórico clave dentro del desarrollo del cine, la nouvelle vague, y que más tarde ha mantenido una fecundidad a la hora de hacer cine ciertamente admirable. Pero de los se trata aquí es de escribir sobre la validez cinematográfica de “Pauline en la playa (Pauline a la plage)”, película realmente deliciosa, en el sentido profundamente etimológico de la palabra, que se convierte en una muestra enigmática de la sencillez y de la emoción. Estas son las dos sensaciones que a mí me vienen a la cabeza cuando trato de entender la entereza fílmica de la película.

Siguiendo la influencia del gran Jacques Tati de las “Vacaciones de Mr. Hulot (Les vacances de Monsieur Hulot, Jacques Tati, 1953)”, quizás su película más emocionante, Rohmer desliza su cámara sin apenas ruido, acercándose lo necesario a los protagonistas. En las conversaciones que mantienen éstos parece como si el director estuviera participando, deleitándose en lo que escucha.

Estamos ante lo que podríamos definir como un auténtico autor, aquél que disfruta con lo que está creando. Una definición demasiado vaga pero que sirve para explicar esa necesidad por contar aquello que uno siente, lo que puede valer para el John Ford de “El hombre tranquilo (The quiet man, John Ford, 1952)”, el Howard Hawks de “Scarface (Ídem, Howard Hawks, 1932)”, o el Steven Spielberg de “En busca de el arca perdida (Raiders of the lost ark, Steven Spielberg, 1981)”.

El plano de apertura, de una claridad aplastante, resulta una muestra esencial de todo el universo que envuelve a la película: en él se contiene la vida de Pauline y su prima, en él contemplamos la llegada a una nueva vida, la llegada a las vacaciones. Quizás nadie como Rohmer para narrar las emociones que surgen del período vacacional, o al menos nadie como Rohmer para materializar en imágenes tales emociones.



Resulta tremendamente difícil concebir una manera clara de aproximarse a la estructura fílmica de Rohmer. En su puesta en escena encontramos lo cotidiano, en el sentido de lo verdaderamente cercano. Las habitaciones de Rohmer, las casas, los coches, los vestidos, parecen pertenecer verdaderamente a sus dueños ficticios, a sus protagonistas. La cotidianeidad nace de lo auténtico, de lo limpio, de la claridad.

No hay barroquismo, no existe el doble sentido, existe una ética, una forma de actuar, un sufrimiento, una emoción, que no se esconden en ningún alarde figurativo. Rohmer filma desde la mirada de un auténtico director, desde la mirada del que contempla la vida.

Pauline es un personaje verdaderamente enigmático. Parte de ese enigma nace de su condición de adulta. Sus opiniones, su manera de hablar, sus decisiones, son tan razonables que nos parece contemplar a un ser adulto. Rohmer ha huido de un estereotipo y ha creado su adolescente. Su protagonista es simbólica, representa una adolescencia idealizada o, si se quiere, una adolescencia deseada.

En contraposición aparecen unos adultos verdaderamente adolescentes, que sufren de forma infantil y que tienen esa inestabilidad emocional, esa falta de fortaleza propia de la pubertad. Rohmer es un eterno adolescente, o le gustaría serlo, y por ello el argumento de la película es el relato de los amoríos entre adolescentes, con la pasión desorbitada e irracional, la duda ante el amor, el comportamiento dubitativo ante las relaciones y el sufrimiento y el dolor del engaño. El amor es el único sentimiento de la vida en el cual nunca llegaremos a crecer del todo.


Una película sobre la emoción necesita prescindir de todo artificio narrativo. No se trata de dar significado visual a lo que se contempla, la cámara no debe subrayar el sentimiento, sino que éste se manifiesta ante el espectador a través del encuadre. Rohmer no necesita explicar nada con lo visual, pero es lo visual lo que nos explica todo acerca de los personajes, al recoger, de forma sencilla, aquello que éstos experimentan.

Rohmer utiliza el plano general, casi estático, cuando quiere enmarcar el reposo de la acción, y acerca su cámara cuando los personajes deciden hablar y con ello expresar sus sentimientos.

”Pauline en la playa” esta construida sobre el diálogo, sobre la dualidad. Son las parejas las que van explicando todo el relato, y son ellas las que, de forma autónoma, van dando consistencia a la narración. Los encuentros entre las distintas parejas desentrañan la trama argumental y muestran la sinceridad de los sentimientos de los personajes.

Podemos deducir que, mientras las escenas múltiples tienden a representar una cierta confusión de ideas y emociones (como es el caso de la primera escena en casa de Pierre cuando todos hablan sobre el amor y la pasión, o la escena de la infidelidad de Pierre con Louisette y el equívoco que genera), las escenas de diálogo entre dos personajes aclaran el discurso y dan sentido a la película.

“Pauline en la playa” es una recreación excepcional sobre la adolescencia, una mirada limpia sobre la maravillosa indeterminación del amor, sobre la dulce sensación que provocan los sentimientos entre las personas, sean estos positivos o negativos, y la necesidad de sentir, de vivir, de estar siempre en una ingenuidad permanente que permita adivinar lo esencial de los confuso de la vida.

Víctor Rivas Morente (ElCriticón)



“Qui trop parole, il se mesfait” (Chrétien de Troyes).

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